Acracia sin lideres férreamente organizada. Asamblea que delibera las propuestas aportadas por socias con igual poder de decisión. Las abejas zanjan en democracia asamblearia entre las decisiones vitales que comprometen a la colonia. Y a los humanos nos muestra un modelo que avalan millones de años de eficacia. |
Olvidaos del cuento de la reina: a las abejas no les gusta la monarquía. En una colmena en la que en invierno pueden vivir 10.000 y en verano 30.000 miembros, todas son hermanas y hermanos nacidos de los huevos de la abeja madre (1).¿Quién dice que “Reina”? Podría parecerlo, de fijarnos únicamente en la duración de su vida: 3-4 años vive la madre, mientras que sus hijas obreras estériles no superan los 45-60 días, los machos zánganos algunas semanas más. Pero la abeja madre pasará esa vida más larga trabajando sin cesar, sus hijas la obligarán a poner huevos día y noche, incluso forzándole a empellones y mordiscos si no es suficientemente fértil. La madre nunca saldrá de la colmena, si no es para fundar una nueva colonia… pero luego llegaremos a ese puto.
Obreras autogestionarias y republicanas
La referida a la abeja reina es otra más de la multitud de leyendas creadas por los humanos. Existe constancia de figuras de abejas pintadas sobre roca al menos desde el Mesolítico. Y luego, tanto en Mesopotamia como en las demás civilizaciones antiguas, Egipto, Grecia, India, China, Roma, los Mayas… en todas ellas las abejas gozaron de un lugar privilegiado en creencias, religiones, costumbres, economía y festejos. El primer vino se hizo a base de miel, que era el único producto edulcorante hasta casi ayer mismo.
El conocimiento científico de la abeja ha surgido muy tarde en la historia. No hay que remontarse hasta Virgilio para leer a autores que bastante recientemente seguían afirmando que las abejas surgían a partir de cadáveres de bueyes. En Euskal Herria, el primer libro publicado en lengua vasca sobre abejas data de 1827, “Erle gobernatzalleen guidariya, edo erleac gobernatceco modua”, y es la traducción al euskara de la obra “Guía de Colmeneros o tratado práctico de abejas” del carmelita alavés Joaquin de Santa Bárbara. Este se enfrentaba con dureza a quienes, como el conocido R.A.F. Reaumour, defendían que las abejas nacían de los huevos puestos por la reina y fecundados con anterioridad por los zánganos. No, respondía el fraile, no hay relaciones sexuales entre las abejas, porque son los únicos seres vivientes, junto con la Virgen María, a quienes Dios otorgó la gracia de engendrar siendo vírgenes, para dar ejemplo de pureza a los humanos.
Pero atrás quedaron los tiempos en los que se consideraba a la colmena como “The Feminine monarchie”, como la definió Charles Butler en 1609. Los científicos apicultores han aprendido mucho desde entonces acerca de la naturaleza y el comportamiento de las abejas. El zoólogo austríaco Karl Von Frisch, considerado el referente en esta materia y que obtuvo el Premio Novel en 1973, fue el autor del clásico “La vida de las abejas”, libro en el que hizo compendio de lo demostrado hasta entonces sobre esos insectos. Entre otras muchas materias, suya es la descripción de la famosa “danza de la abeja” (2).
Recientemente el biólogo norteamericano Thomas D. Seeley ha marcado un nuevo hito en el conocimiento de la abeja, siguiendo la senda marcada por Von Frisch: ha publicado el libro “Honeybee Democracy” (Princeton University Press, 2010). Ya antes Seeley, director del departamento de Neurobiología de la Universidad de Cornell, había editado “The Wisdom of the Hive” eta “Honeybee Ecology”, unos clásicos en la literatura científica sobre la abeja.
El enjambre, verdadero “parto” de la abeja
En “La democracia de las abejas” Seeley explica de qué forma tan democrática llegan estos animales a tomar la decisión más importante que se plantea a la supervivencia de su familia y su especie: dónde instalar ese nuevo hogar que necesitan con apremio para guarecerse de la intemperie. Y resulta que la decisión no la toma ni una reina ni ningún otro líder, sino que serán las obreras las que decidirán tras una dura y larga discusión.
Esa unidad que denominamos “colonia” o “colmena” de abejas se multiplica dividiéndose en dos. En un momento dado, cuando el grupo se ha hecho suficientemente grande y fuerte, le falta sitio o siente que abeja madre o maestra va envejeciendo, las abejas comprenden que ha llegado la hora de dividir al grupo en dos. Para fundar la nueva colonia, las obreras provocarán el nacimiento de nuevas madres o reinas. Las obreras infértiles saben –porque llevan más de 40 millones de años usando el sistema- que pueden lograr que de algunos de los miles de huevos destinados a ser obreras infértiles como ellas nazcan como hembras fértiles, futuras madres, simplemente cambiándoles su alimentación en esa fase. He ahí cómo materializó la República Femenina [en euskara podríamos inventar el término “Emepublika”, “Eme” significa hembra] su decisión de escindirse en dos.
En esta división la especie se juega su supervivencia. En la colmena quedará la nueva familia que renovará su tesoro genético: miles de huevos, larvas y ninfas puestos por la vieja madre, más las obreras más jóvenes, entrenadas en ayudar a las que nacerán durante sus primeros días. También se quedarán los zánganos que llevan el patrimonio genético de la madre, y que intentarán pasárselo con su semen a alguna de las hembras vírgenes que salgan a aparearse de alguna colmena cercana. Y también se habrán quedado las nuevas futuras madres, de las cuales sólo una sobrevivirá y asegurará con nuevo aporte genético la continuidad de la colonia ya existente.
Entre tanto, se deben marchar tanto la vieja madre como las obreras más experimentadas. Antes de irse han hecho acopio de la miel necesaria para el traslado y han comenzado a emitir un sonido muy peculiar, una especie de “trino” o “canto”. Y de golpe, todas las escindidas saldrán de la colmena para instalarse en alguna rama, farola, alféizar, friso o balcón cercano. ¿Quién no ha visto un enjambre a finales de primavera o principios de verano? Sin reservas de comida, ni refugio, ni panales de cera para depositar huevos, polen y miel, el enjambre dispone de muy pocos días para encontrar nueva mora donde instalarse. Es cuestión de vida o muerte el tomar una rápida y buena decisión. En Honeybee Democracy Thomas D. Seeley nos ofrece un relato científico de lo que ocurre en esos cuatro o cinco días fundacionales y agónicos para la nueva colonia.
Exploradoras buscan casa para la familia
Las protagonistas de este éxodo con final casi siempre feliz suelen ser las más experimentadas de entre las abejas obreras, “scouts” en inglés, especializadas de edad avanzada. En el corto espacio de tiempo de 6-8 semanas, que es lo que dura su vida, las obreras efectúan diversos oficios de modo sucesivo: trabajos de limpieza al poco de nacer, luego nodrizas de sus hermanas menores, más tarde almaceneras, productoras de cera y constructoras de panal, porteras, y al final de su vida pecoreadoras, es decir, recolectoras de néctar, polen y agua. Dejan para el final el trabajo más arriesgado, y es por ello que la mayoría de las abejas mueren fuera de la colmena, agotadas de trabajo, en accidentes o capturadas por depredadores. Algunas de ellas se especializan en la tarea de explorar: son las exploradoras o “sherpas” que buscan nuevas fuentes de miel y polen, que luego darán a conocer a sus hermanas.
En el caso del enjambre, en cuanto se ha posado colgando de alguna rama, las exploradoras emprenden de inmediato la búsqueda de posibles moradas para el grupo. En las horas y días siguientes cada una de ellas notificará lo que ha hallado, y tratará de llevar al sitio a más compañeras. Comienza la socialización de la información y con ello la larga competición entre las diversas propuestas, debate que dura a veces pocas horas y la mayoría de las veces tres o cuatro días. El libro de Thomas D. Seeley cuenta de modo ameno pero prolijo cómo deciden las exploradoras si un sitio les conviene, cómo discuten entre las diversas opciones, de qué modo deciden, y, en fin, por medio de qué mecanismo convencen al grupo entero a salir del letargo en el que ha estado sumido el enjambre durante días para moverse todos a la nueva morada.
Una de las claves reside en el sistema de comunicación por el que las abejas comparten sus informaciones. No es otro que la danza. En un día normal dentro de una colmena normal, cuando las obreras buscan en el exterior néctar y polen para acarrear a casa, las exploradoras aportan a sus compañeras muestras del néctar o polen encontrado. Y a continuación, según demostró Von Frisch, efectúan una danza, la danza de la abeja: dibujan con su movimiento algo así como un “8”, con cuyo eje central señalan la dirección en la que sus hermanas podrás encontrar el producto anunciado; una realización más rápida o más lenta de la danza indica que dicha flor se encuentra más cerca o más lejos. Buscando por “honeybee wagle dance”, en Internet se pueden ver varios vídeos y múltiples gráficos para entender mejor esta danza (4). Pues bien, cuando la mayoría del enjambre espera con ansia noticias de posibles casas que ocupar, serán las exploradoras las que les informen a sus hermanas de los hallazgos efectuados.
Campeonato obrero de danzas
La selección natural, a lo largo de 40 millones de años, ha inculcado a estas “moscas de miel” las características que desean para su hogar: a poder ser, una oquedad de un volumen aproximado de 40 litros, mejor si está situado a unos 6 metros del suelo, que disponga de una entrada de entre 10 y 30 cm cuadrados, orientada al sur, si puede ser. Una sherpa, en cuanto encuentre una cavidad que se aproxime a esas características, la medirá caminando por sus paredes. Luego volverá al enjambre y indicará sus coordenadas mediante la danza a las compañeras que le rodean. Eso mismo harán las demás colegas exploradoras para dar a conocer sus hallazgos. Y comenzará la discusión de propuestas, el concurso de danza, la democracia práctica de las abejas.
“Cuando un enjambre busca nueva vivienda –escribe Seeleyk- pone en práctica la llamada democracia directa, en la que cada miembro de una comunidad participa en su propio nombre y no como representante de ningún otro”. Sabemos que lo que en los años 1970 llamábamos “asanbladak” [el autor se refiere al auge del movimiento asambleario en el Pais Vasco] actualmente no están muy de moda en los países más ricos, como no sea en algunas asociaciones y cooperativas. A nivel de política, algunos municipios de Suiza conservan todavía la asamblea de vecinos, y Thomas D.Seeleyk cuenta en su libro que conoce algunos ejemplos en la costa Este de los EEUU, que es donde vive. En su opinión, los debates que ahí se desarrollan y los de los enjambres tienen bastantes puntos en común.
Empezando desde el hecho de que la decisión no le corresponde a un sólo líder sino a muchos miembros del grupo, cuyos votos son libres y de idéntico peso. En el debate toman parte cientos de abejas y comparan informaciones provenientes de muchas fuentes distintas, que un único miembro nunca habría podido reunir por sí solo. Supone una gran ventaja, porque cuanto más amplio sea el abanico de posibilidades, más probable resultará acertar en una buena elección. Cada abeja exploradora aporta su conocimiento, algunas de las que escuchan –o mejor “ven” o “sienten”, porque la danza se produce en la oscuridad- su propuesta vuelan a visitar el sitio, vuelven al enjambre y danzan con mayor o menor energía, de modo que otras abejas espectadoras se informen… Es así como cada danza acumula más o menos abejas en torno a una propuesta. Y se van perfilando las propuestas mejor valoradas.
En los experimentos realizados por el profesor Seeley y sus colaboradores en la isla Appeldore, en el estado de Maine, han observado cómo en un momento dado las obreras cortan el debate, y que ello ocurre cuando el número de danzantes que “publicitan” una de las opciones alcanza cierto número. En ese momento se detiene el baile. Los minoritarios se han rendido. Menos mal, porque en caso de que la competición de danzas se prolongara demasiado, las abejas, que cuelgan como adormiladas en el enjambre a merced de los elemento, morirían todas de frío, hambre y sed.
Una vez conseguido el consenso, comienza el traslado de la colonia entera. También en este movimiento corresponderá a las exploradoras dirigir al grupo hasta la nueva casa. Muchas personas han podido contemplar el vuelo del enjambre: se suelta el enjambre de la rama, se reorganiza en una especie de nube que comienza a moverse, lentamente al principio, a gran velocidad después, para frenar al acercarse a la meta y entrar en pocos minutos los miles de abejas tras la vieja madre-maestra-machiega al nuevo aposento. Una nueva vida comienza. Desde mañana, todo el mundo a trabajar. Pasará otro año o par de años hasta que llegue la hora de una nueva escisión, un nuevo “parto”… pero ni una sola de las miles de hermanas obreras que ha protagonizado esta odisea podrá verlo.
Cinco lecciones para las asambleas humanas
Tras un estudio profundo del comportamiento de las abejas en su libro, Thomas D. Seeley propone a sus lectores algunas lecciones que puedan servir a los grupos humanos. Primera: al crear un grupo para debatir en torno a una decisión, tener muy en cuenta que sus miembros deben compartir los mismos intereses y profesarse un gran respeto mutuo. Las abejas nos enseñan cómo el interés de cada una de ellas coincide con el del grupo entero, el porvenir de un individuo coincide con el del conjunto, porque la abeja madre que hay que cuidar a toda costa lleva en su vientre los genes de cada abeja y de la colonia entera.
Segunda lección: reducir hasta el mínimo posible la influencia del líder en el pensamiento del grupo. Como los humanos casi siempre funcionan con algún líder, su tarea debe consistir en potenciar el trabajo comunitario, moderar la discusión, animar a los exploradores… pero no en promocionar ninguna de las propuestas concretas. Debe promover el consenso.
En tercer lugar, a cada problema hay que buscarle más de una única solución. Para ello es necesario que el grupo sea suficientemente fuerte y diverso, promover que los miembros busquen distintas soluciones y asegurar un buen clima para que las propuestas puedan ser defendidas.
Cuarto, que mediante el debate hay que lograr que todo el grupo tenga el mejor conocimiento posible de todas las propuestas de solución. Cada abeja exploradora hace propaganda de la suya mediante la danza y luego quienes se solidarizan con esa opción bailan la misma danza, pero ninguna de ella lo hace por mera imitación, sino tras haber visto personalmente el lugar que proponen. Es ese el tipo de comunicación el que debe promover también el grupo humano.
Y quinta lección: usar el cuórum como instrumento para garantizar tanto la cohesión del grupo como el que la elección definitiva resulta suficientemente rápida y la mejor de las posibles. En un enjambre, cuando en torno a una de las danzas se reúne un número suficientemente grande de individuos, el resto entiende que ya se ha conseguido el cuórum requerido y los promotores de otras alternativas desisten de seguir con sus propuestas, llegándose así al consenso. Puestos a buscar consensos en las asambleas humanas, Seeley considera que una muy buena herramienta consiste en realizar votaciones de tipo sondeo una vez que la discusión está bastante avanzada, votaciones formales y secretas pero de “toma de temperatura”, para ver cómo están posicionadas las distintas opciones y fuerzas. Normalmente, salvo que haya en el grupo alguien verdaderamente contumaz, cuando una de las alternativas alcanza una adhesión de alrededor del 80% de los asistentes, el resto se suele sumar al consenso.
Si no fuera que resulta tan subversiva, esos asesores que recorren empresas y asociaciones a modo de misioneros modernos podrían predicar la democracia sin líderes de las abejas como fórmula para el buen funcionamiento de los grupos humanos. Thomas D. Seeley resume así la lección: “Durante millones de años las abejas exploradoras de los enjambres se han responsabilizado de la tarea de elegir el mejor hogar posible a su grupo. En ese largo intervalo de su evolución, la selección natural ha acarreado la organización de los grupos de búsqueda de esos insectos para que puedan efectuar las mejores decisiones. Ahora que conocemos cómo realizan ese proceso de modo tan original, los humanos disponemos del conocimiento para poder mejorar nuestras vidas”.
¿Cómo denominar a este sistema: democracia sin líderes, democracia asamblearia, acracia estructurada, comunismo libertario, república femenina igualitaria, autogestión…? La puedes llamar como quieras, pero el método lleva como garantía la experiencia de 40 millones de años.
Fuentes
Argia/Rebelión