Los agentes causantes de estrés en las abejas pueden ser de muy variada etiología. Individualmente o en conjunto pueden debilitar al insecto y producir su muerte, hecho que en los últimos años preocupa mucho a la sociedad científica.
El problema medioambiental es de bastante gravedad, ya que las abejas tienen un papel muy importante en la polinización de muchas especies de plantas, y sirven de alimento a numerosas especies de vertebrados. Según Albert Einstein: “Si la abeja desapareciera de la Tierra, al hombre sólo le quedarían cuatro años de vida: sin abejas no hay polinización, ni hierba, ni animales, ni hombres…”.
¿Qué pasa en una colmena mal ventilada cuando hace calor?
Los nidos de cría de las colonias deben mantenerse a una temperatura constante que varía de 34º a 38º C. Lo mismo ocurre con la humedad, que ha de mantenerse constante, en torno al 80%. Las abejas tienen termo receptores en sus antenas que captan los cambios de temperatura en el ambiente y les permiten adaptarse. En este caso, cuando la temperatura de la colmena supera los 35º C las abejas sacuden sus alas para expulsar el aire caliente y así la refrescan. No todas las abejas participan de este movimiento, sólo algunas (Coppa, 2006).
Si el calor sigue aumentando, un grupo de abejas sale de la colmena y se coloca por debajo para refrescarse en la sombra. Si continúa el calor salen más abejas y comienzan a ventilar desde fuera a toda la colmena. Con calores prolongados e intensos ventilan hasta por la noche. Si el calor no disminuye, la temperatura corporal irá subiendo poco a poco hasta “freír” a las abejas por dentro: las proteínas se coagulan por encima de los 45º C y pierden sus funciones.
Esta situación provoca además que las abejas defensoras o sanitarias, al tener que colaborar con la ventilación, abandonen sus tareas habituales, dejando a la colonia expuesta al acoso de parásitos, bacterias, hongos o virus.
Si a pesar del gran esfuerzo desplegado por la colonia no se logra rebajar la temperatura, la cría muere deshidratada, la reina corta la puesta, se derriten los panales y se paraliza la colonia.
¿Qué pasa en una colmena mal ventilada cuando hace frío?
Las abejas son expertas en mantener la temperatura más alta que el medio ambiente en épocas de mucho frío. El frío minimiza su actividad hasta provocar la muerte. Algunas razas suspenden la puesta, ya que las crías requieren de más calor y humedad para sobrevivir que una abeja adulta.
Como mecanismo de regulación, las abejas cuando perciben el descenso de temperatura (de 14-12º C) se agrupan en racimos, con la reina en el centro, formando un “bolo invernal” que se irá compactando a medida que ésta siga descendiendo (Mendizábal, 2006). De esta manera, con pequeñas vibraciones, liberan calor manteniendo la temperatura; sin embargo, les es más difícil controlar la humedad, que tiende a condensarse dentro de la colmena. Ésta se genera por el consumo de miel que hacen las abejas. Por cada litro de miel consumida se produce un litro de agua. Esta humedad, en época de actividad, sale de la colmena mediante el mecanismo de ventilación que desarrollan. Pero en invierno las abejas arracimadas no utilizan el batido de alas para ventilar, de manera que la colmena en sí debe estar dispuesta para que se favorezca la ventilación sin la intervención de las abejas (Coppa, 2006).
Si la colmena está en la sombra en lugares de poca ventilación y alta concentración de humedad la combinación es explosiva, derivando en una permanente situación de estrés de la colonia y un ambiente muy favorable para el desarrollo de algunas enfermedades como la ascoferosis (micosis producida por Ascosphaera apis), nosemosis (parasitosis causada porNosema apis) o loque europea (enfermedad bacteriana por Melissococcus pluton) (Llorente, 2003).
Disponibilidad de agua
Otro elemento imprescindible para la supervivencia es el agua. Si falta agua en el organismo éste intenta recuperarla de donde sea. El primer efecto es el espesamiento de la hemolinfa, que provoca la salida de agua de los tejidos hacia la sangre y afecta al sistema nervioso y al respiratorio. En estas condiciones las abejas se debilitan y se hacen muy sensibles ante cualquier otro proceso patológico.
Disponibilidad y/o calidad de alimento
El polen provee a la colonia de toda la proteína necesaria para el desarrollo del cuerpo y su normal funcionamiento.
Cuando tienen suficientes reservas las abejas mantienen un comportamiento relajado y no se sobrecargan de trabajo en invierno, pero si la colmena se queda sin reservas (esto es, sin miel operculada en una cámara melaria), salen desesperadas a buscar alimentos, y si pueden, a robarle a otra colmena su reserva (pillaje). Y es que cuando les falta miel, falla el suministro de hidratos de carbono, no pueden producir energía, sobre todo calorífica, y disminuye su capacidad de mantener la temperatura constante, circunstancia especialmente grave en la zona de cría, que acaba paralizada. Esta situación es especialmente dramática cuando además hay una baja temperatura ambiental.
Por otro lado, el exceso de néctar tampoco implica una mejora en la calidad de vida. Cuando esto sucede, y sobre todo si concurren épocas de calor, de alta humedad ambiental o poca ventilación del colmenar, se produce una sobrecarga de trabajo de día y de noche que agota a las abejas haciéndolas muy agresivas, por lo que en tal situación llega a ser muy peligroso manipular las colmenas. Además, debido al estrés, se produce un descenso en la tasa de proteína corporal, por la elevada demanda, con la consecuente disminución de su longevidad.
Cuando se da un periodo de bajo ingreso de polen (porque no haya o porque el que hay no tiene los nutrientes adecuados -sequía, polen de eucalipto, gramíneas o pino-), las abejas nodrizas no pueden desarrollar correctamente las glándulas hipofaríngeas y por tanto no pueden alimentar a las larvas con jalea real. En estos casos son las abejas viejas las que las alimentan. La falta de polen también provoca en el organismo de las abejas “hambre de proteínas”, que tratan de solucionar extrayendo proteínas de donde las haya, fundamentalmente del músculo y los intestinos. Esta situación puede provocar daños celulares en estos tejidos, con la consiguiente disminución del peso corporal. Paralelamente a ese proceso orgánico hay un aumento del instinto de recolección de polen, lo que hace que, si no lo encuentran, recolecten cualquier cosa que se le parezca (harina, polvo de paja, polvo de los piensos para ganado, etc.).
Cuando tienen suficientes reservas las abejas mantienen un comportamiento relajado y no se sobrecargan de trabajo en invierno, pero si la colmena se queda sin reservas (esto es, sin miel operculada en una cámara melaria), salen desesperadas a buscar alimentos, y si pueden, a robarle a otra colmena su reserva (pillaje). Y es que cuando les falta miel, falla el suministro de hidratos de carbono, no pueden producir energía, sobre todo calorífica, y disminuye su capacidad de mantener la temperatura constante, circunstancia especialmente grave en la zona de cría, que acaba paralizada. Esta situación es especialmente dramática cuando además hay una baja temperatura ambiental.
Por otro lado, el exceso de néctar tampoco implica una mejora en la calidad de vida. Cuando esto sucede, y sobre todo si concurren épocas de calor, de alta humedad ambiental o poca ventilación del colmenar, se produce una sobrecarga de trabajo de día y de noche que agota a las abejas haciéndolas muy agresivas, por lo que en tal situación llega a ser muy peligroso manipular las colmenas. Además, debido al estrés, se produce un descenso en la tasa de proteína corporal, por la elevada demanda, con la consecuente disminución de su longevidad.
Cuando se da un periodo de bajo ingreso de polen (porque no haya o porque el que hay no tiene los nutrientes adecuados -sequía, polen de eucalipto, gramíneas o pino-), las abejas nodrizas no pueden desarrollar correctamente las glándulas hipofaríngeas y por tanto no pueden alimentar a las larvas con jalea real. En estos casos son las abejas viejas las que las alimentan. La falta de polen también provoca en el organismo de las abejas “hambre de proteínas”, que tratan de solucionar extrayendo proteínas de donde las haya, fundamentalmente del músculo y los intestinos. Esta situación puede provocar daños celulares en estos tejidos, con la consiguiente disminución del peso corporal. Paralelamente a ese proceso orgánico hay un aumento del instinto de recolección de polen, lo que hace que, si no lo encuentran, recolecten cualquier cosa que se le parezca (harina, polvo de paja, polvo de los piensos para ganado, etc.).
Influencia del cambio climático sobre la actividad de la colmena
Las abejas tienen actividades anuales que van asociadas a las condiciones climáticas. Lo que está ocurriendo con el cambio climático es que determinados árboles adelantan su floración porque se adelanta la primavera, sin embargo, las abejas no salen debido al frío y se mueren de hambre. El tiempo las engaña.
En nuestro país, el año 2005 fue especialmente nefasto en este sentido (Hernández, 2006), pues a los bajos precios derivados del aumento en las importaciones de miel se sumaron las nefastas condiciones climatológicas por la sequía y la sorprendente y extraña muerte de millones de abejas (síndrome de desabejación).
Aunque no se conozca la causa exacta de tal misterio, el cambio climático que está sufriendo el planeta influye en el despoblamiento.
¿Y las radiaciones?
Las abejas utilizan los cristales de magnetita como magnetorreceptor. Jungreis (1987) investigó la habilidad de los insectos para viajar estacionalmente largas distancias, lo que requiere la utilización de algunos mecanismos hereditarios para encontrar la dirección adecuada. Se hallaron partículas de magnetita biológicamente sintetizadas tanto en especies migradoras, que las utilizan como una brújula en el campo magnético terrestre, como en las especies no migrantes, para las que tienen una función todavía desconocida.
Desde hace meses se viene hablando de la misteriosa desaparición de enjambres enteros de abejas en distintos lugares del mundo, en especial en EE. UU. y determinados países europeos (España incluida).
Hay sospechas de que la radiación electromagnética podría interferir en los sistemas de navegación de las abejas, aunque no existen estudios concluyentes. Varios medios de comunicación han publicado con cierta regularidad noticias relacionadas con la crisis del sector apícola, producida entre otras razones, por las mortandades de abejas y despoblamiento de las colmenas de origen desconocido. Teniendo en cuenta los efectos conocidos de las microondas sobre los insectos y en particular sobre las abejas, y habida cuenta de la proliferación de estaciones base en el campo, es necesario investigar si las radiaciones de telefonía están incidiendo de alguna manera en estas mortandades. Los resultados deben ser considerados por los apicultores españoles con el fin de prevenir posibles pérdidas económicas (Balmori, 2006).
Varios autores (Ramirez et al., 1983) han demostrado la agitación, inquietud y el comportamiento agresivo que muestran las abejas expuestas a los campos electromagnéticos de las líneas de alta tensión.
En una interesante revisión, Balmori (2006) destaca entre otros, los estudios llevados a cabo por Ferdinand Ruzicka, investigador de la Universidad de Doz (Austria) y apicultor aficionado, quien explica cómo los problemas de sus abejas comenzaron tras la instalación de varias antenas de telefonía en las cercanías de sus colmenas (a 50 metros de una estación base y a 150 metros de otras tres más). El investigador no encontró explicación a este comportamiento ni por enfermedades, ni por envenenamiento, culpando del mismo a la radiación de las antenas (Ruzicka, 2003).
En ese mismo artículo, se cita también las observaciones realizadas en 1997 por A. Firstenberg, relativas a la desaparición de abejas en la proximidad de antenas de telefonía en Nueva Zelanda señalando que las que recibían directamente el haz de radiación morían sin razón aparente.
Por el contrario, en dos estudios financiados por la NASA, de Westerdahl y Gary (1981a, b) no se encontraron diferencias en la mortalidad ni en el consumo de azúcares ni variaciones en la orientación del vuelo o la memoria en abejas que fueron irradiadas con microondas.
Como conclusión, podemos decir que son muchas las causas que producen estrés en estos insectos, y seguramente gran parte de la responsabilidad de tantas alteraciones está en el ser humano. Nuestro papel, como futuros veterinarios es ser conscientes de esta realidad y ayudar al sector implicado.
Adriana Grille y María Calviño.
Estudiantes de segundo ciclo. Facultad de Veterinaria de Lugo.
Universidad de Santiago de Compostela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario